CAPÍTULO 2
Al llegar a casa después de haberse reencontrado con Diego por
caprichos del destino, e inmersa en la oscuridad del salón, trajo a su memoria
aquellos tiempos felices en los que los tres eran jóvenes y tenían toda la vida
por delante. Ahora sólo quedaban Diego y ella, y tenían toda la vida por
detrás. Pensó en Félix; pensó en Diego. Dos presencias que siempre estuvieron
en su vida; cuando una estaba presente,
la otra estaba ausente. En cincuenta años no había tenido ninguna noticia de
Diego y había compartido la vida con Félix, pero hacía cuatro años que había
tenido que sufrir y llorar su pérdida, todavía a una edad en la que aún podría
haber vivido al menos una década más. Le parecía que la vida había sido muy
injusta con ambos. Mirando ahora a Diego con esa década más, no sabía qué era
peor, ya que lo suyo era un vivir sin vivir, arrastrando mucho sufrimiento.
Tampoco esa situación era muy halagüeña. Dejó vagar sus pensamientos por el
pasado y se le vino a la mente el día que Félix empezó la mili y fue a despedirlo.
Acababan de hacerse novios. Diego hacía ya tres años que se había casado con
Rosa, y tanto su mente como su corazón lo habían relegado a la memoria.
«Aquel domingo 2 de julio
de 1967 lo acompañé al cuartel de Campamento, desde donde los futuros soldados
iban a salir en autocar hacia Colmenar Viejo. El recinto exterior del edificio
estaba lleno de jóvenes que iniciaban su Servicio Militar; unos alegres, otros
tristes, los más, asustados. Todos se abrazaban y besaban una y otra vez a los
familiares y novias que habíamos ido a despedirlos. Félix también me abrazó y
me besó varias veces, emocionado ante la incógnita que tenía por delante. Miró
a los que iban a ser sus compañeros: jóvenes, que por la edad podrían ser sus alumnos, chicos
que en muchos casos no se habían separado nunca de sus padres, otros que venían
de pueblos lejanos de los que no habían salido jamás, y me dijo: “pobres
chicos; mira qué cara de asustados tienen”. Él, por sus circunstancias, había
ido retrasando la mili; ya tenía veintisiete años y les llevaba casi diez.
Hacía más de media hora que habíamos llegado, cuando salieron tres militares y
uno de ellos, el del centro, se dirigió a los jóvenes en un tono autoritario.
¡Soldados! —les gritó—. Formen en fila de a dos frente a mí. Félix me dio un
rápido beso y se fue a la fila. Una vez que la larga fila estuvo formada, el
militar volvió a gritar con la autoridad que le conferían sus galones:
¡Soldados!, suban a los autocares; y la fila comenzó a moverse con desgana y se
dirigió hacia el primer autocar. Félix, al pasar por mi lado, me miró con el
rabillo del ojo y me dedicó la última sonrisa. Lo vi subir al autocar y
sentarse en uno de los asientos de ventanilla, desde donde continuamos
mirándonos y gesticulando con los labios enviándonos besos al aire. Hice con la
mano el gesto de atrapar uno y me llevé los dedos a los labios. Él me imitó.
Los dos autocares salieron a la carretera de Extremadura y se perdieron en
medio del tráfico. Cuatro días después recibí su primera carta».
Marina encendió la luz y
se dirigió a la habitación que hacía la función de despacho, abrió un cajón y
sacó una caja de cartón plana, de color azulón con corazoncitos blancos, donde
tenía ordenadas por fecha todas las cartas que Félix le había escrito y las que
ella le había respondido y se puso a leer la primera.
Colmenar 3 de Julio de 1967
Mi muy querida Marina:
Voy a ver si por fin
consigo escribirte unas letras hoy. Estamos ahora en la Compañía (que es el
salón de dormir), pasando revista a las taquillas y a la indumentaria. Menos
mal que no han mirado la mía, porque tenía un «chusco» de pan duro. Como verás
ya estoy hecho un militarote en el léxico. Aquí aprende uno a hablar mal aunque
no quiera. Hoy nos han repartido la ropa interior y después nos han enseñado a
saludar. Acaban de decirnos que podemos salir a expansionarnos un poco, pero
prefiero quedarme aquí para terminar la
carta, porque a saber cuándo encuentro otro momento para escribir. Estos días
que llevamos aquí no hemos hecho nada, pero no hemos tenido ni un momento
libre. Ayer estaba yo en la biblioteca a última hora de la tarde escribiéndote,
cuando me echaron porque era la hora de cerrar. Me dio mucha rabia no poder
terminar la carta, y aquí en la Compañía enseguida apagan las luces y ya no
puedes hacer otra cosa que dormir, o al menos intentarlo, porque entre los
ronquidos de unos y los cuchicheos de otros es difícil conciliar el sueño. Yo
me pongo a pensar en ti para relajarme y así consigo quedarme dormido.
Hace un rato nos han
tomado los nombres; no sé para qué será. Dicen por aquí que es para
adjudicarnos las tareas. Yo procuro pasar lo más desapercibido posible, aunque
es complicado ya que por mi edad destaco entre los demás que son todos unos
críos. El teniente suele decirme siempre algo. He debido de caerle bien. Ayer,
cuando nos estaban cortando el pelo, le dijo de broma al peluquero que me lo
cortara al cero, y yo le dije: mi teniente, que si me deja la novia, usted será
el culpable.
Ya han hecho las filas.
A mí me corresponde el pelotón 4º, número 10. También nos han adjudicado la
mesa en el comedor. Tengo buenos compañeros; son educados y bastante amables,
aunque ayer casi me quedé sin comer, porque algunos se echan demasiada comida y
luego la dejan en el plato.
Tenemos un auxiliar, (es
un veterano que ayuda a los suboficiales) que es muy gracioso. No hace otra
cosa que apuntar, como en el colegio. Algunos se la tienen jurada cuando
terminen. A mí hasta ahora me van respetando, tanto los auxiliares como los
oficiales. Desde luego, yo procuro hacer lo que me mandan. Es lo mejor. No
quiero que me castiguen sin ir a Madrid el fin de semana. Es el único aliciente
que tenemos aquí.
Bueno; ya tengo que
despedirme, porque van a apagar la luz. Un beso y medio muy fuerte. No te
olvido en ningún momento.
Félix
«Hasta parece que disfrutaba. Mira que le sentaba mal tener que
hacer la mili a sus veintisiete años, sin embargo tenía algo especial para
adaptarse a las circunstancias y para conseguir lo que se proponía. La cantidad
de veces que me habría dicho desde que nos conocimos que cuando tuviera
diecinueve años nos haríamos novios, y a pesar de que yo empecé a salir con
Diego, por las circunstancias de la vida, otra vez las circunstancias, al final
lo consiguió. En cuanto vio que rompí con él se lanzó. Al final, después de
llevar un par de años saliendo como amigos y como profesor-alumna, aquel domingo que me llevó a aquel salón de copas
tropicales; Bali Hay o algo así se llamaba, que estaba por detrás de la Gran
Vía, se lanzó al ruedo, como diría él. No tengo ni idea de cómo conoció ese
local. Seguro que lo habría llevado alguna vez su amigo «Ricardito», que era el
que se lo llevaba de picos pardos después de que me dejara a mí en casa a las
diez. En cuanto me enteré le dejé bien claro que si salíamos como novios, tenía
que respetarme y no irse de juerga. Nunca más se fue. La verdad es que el
ambiente era muy agradable, con una luz tenue que favorecía la intimidad, con
cócteles atractivos servidos en jarras de barro con la forma y el color de la
fruta que contenían como base y que yo no había probado en mi vida; la verdad
es que no había ido nunca a un sitio como ese, y aquella música tan sensual y
estimulante. Después de un rato escuchando Cumbias y ritmos tropicales,
observando a las parejas besarse y abrazarse, como si le diera envidia, tomó mi
mano, se la llevó a los labios y la besó, como había hecho otras tantas veces cuando nos despedíamos en
el portal; pero ese día no paró ahí. Se acercó a mí, llevó sus manos a mi
espalda y me atrajo hacia él lentamente mirándome a los ojos, como esperando mi
aprobación, y rozó mis labios tímidamente con los suyos en un beso torpe, pero también
cálido y dulce. Esa era su primera vez. Sentí el latido de su corazón palpitar
en mi pecho. Uní mis manos por detrás de su nuca, atraje de nuevo su rostro
hacia mí y sellé nuestra unión con otro beso más atrevido. Nos miramos
fijamente a los ojos, nos sonreímos y extendió su mano, como hacía cuando yo
respondía correctamente a sus preguntas, con una sonrisa pícara».
Marina dejó la carta
bocabajo para mantener el orden y sacó de la caja la respuesta.
Madrid 10 de Julio de
1967
Querido Félix:
Hoy he recibido tu carta
y me ha hecho una gran ilusión, pues la esperaba desde el viernes, pero
llegaste tú antes que ella.
Voy a contestar antes de
ponerme a estudiar, y así la echo hoy mismo para que la recibas pronto; para
allá parece que tardan menos. El fin de semana lo he pasado muy bien y he sido
muy feliz teniéndote aquí de nuevo, supongo que tú también. Cuando te vi en la
puerta de la oficina el viernes a mediodía no me lo podía creer. Yo pensaba que
vendrías por la noche. Después de estar toda una semana separados te encuentro
muy cambiado, más respetable con ese bigotito que te has dejado y ese pelo
cortado a lo militar casi al cero. Estás hecho un dandi. Y no es burla. Pero,
¿a que no puedes imaginar hasta qué hora estuve en la parada del autobús para
volver a casa? Pues hasta las nueve y media; casi una hora y media desde que tú
saliste. Y como el autobús a Colmenar sale de tan lejos, pues hasta que llego a
casa a la vuelta tardo más de una hora. Ya podrían acercar un poquito la Plaza
de Castilla. Como imaginarás, al llegar hubo bronca; hasta me cerraron la
puerta por dentro, pero no te preocupes, porque yo no lo hago. Estaba decidida
a no llamar y estuve un rato sentada en la escalera pensando en ti; luego me
abrieron y me fui directamente a mi habitación sin decir nada; como si no oyera
lo que decía mi madre. ¿Para qué iba a hablar si no se lo iba a creer?
Voy a dejar ya de
escribir, porque tengo que ponerme a estudiar, pero antes quiero salir a echar
la carta. Hoy me toca literatura. Me estoy organizando muy bien, aunque echo
mucho de menos tus clases.
Bueno, ya estoy deseando
que llegue el viernes otra vez para que estemos juntos esos casi tres días.
Pórtate bien y sé bueno, «si puedes», como decía San Felipe Neri, porque si no,
ya sabes que te castigarán como a los niños malos.
Hasta entonces recibe un
abrazo muy fuerte. Te quiero mucho.
Marina
Se le llenaron los ojos
de lágrimas. Metió las cartas en el fondo de la caja y se fue a dormir. ¡El
tiempo que hacía que no leía esas cartas! ¡El tiempo que hacía que no se
permitía sentir nostalgia! El encuentro con Diego había despertado el pasado y
había descontrolado el aplomo y la firmeza con los que llevaba afrontando la
vida desde que Félix la dejó. De pronto se había abierto el cofre de los
recuerdos.

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